jueves, 24 de diciembre de 2009

Lía

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"Lía con tu pelo un edredón de terciopelo que me pueda guarecer si meencuentra en cueros el amanecer."
Oigo esa vieja canción mientras fumo un cigarrillo y el deseo de ti se hace más fuerte. Deseo de sentir tus dedos enredados en mi pelo, tu aliento susurrando en mi oído y tu boca recorriendo el terciopelo de mi piel. Y que el amanecer te sorprenda acariciando mi melena

"Lía entre tus labios a los míos. Respirando en el vacío aprenderé como por la boca muere y mata el pez”
Ofréceme tus labios trémulos buscando los míos. Que tu boca se convierta en bocado de dioses. Que matar o morir entre tus besos me sea indiferente. Que mi respiración se acompase al placer de desaparecer entre tus dientes, de que el mundo deje de tener sentido si tu boca no muere por encontrar la mía.

"Lías telaraña que enmaraña mi razón. Que te quiero mucho y es sin ton ni son."
Sin ton ni son, sin motivo ni razón, sin preguntarme si lo que me ofreces es amor o placer. ¿Y qué me importa eso si el sentimiento rebosa por mis poros y mi cerebro se enreda en la telaraña de tu cuerpo desnudo cuando estoy en tu cama? Me basta con encontrarte a mi lado cuando estiro mi brazo, y que mi mano roce tu piel caliente y saberte dormido junto a mí.

"Lías cada día con el día posterior y entre día y día lía con tusbrazos un nudo de dos lazos que me ate a tu pecho, amor."
Y conviertes mi vida en una sucesión de tiempos infinitos donde no importa el tiempo. Y tu abrazo me ata a tu pecho, y tu lengua me hace irremediablemente tuya, y tus piernas se anudan alrededor de mis caderas formando lazos de caricias, de besos, de deseo que crece.

"Lía con tus besos la parte de mis sesos que manda en mi corazón."
Y mientras me pierdo irremisiblemente entre tus brazos, siento como son tus besos mi motor. Los que consiguen que mi cerebro se olvide del mundo exterior, que nada exista fuera de ti, que sólo viva para sentir esa corriente eléctrica que extiendes por mi cuerpo cada vez que esparces tus besos por mi piel, centímetro a centímetro sin olvidar ningún pliegue, deleitándose en cada recoveco.

"Lías tus miradas a mi falda por debajo de mi espalda, y digo yo, quemejor que el ojo pongas la intención."
Y por un momento viene el recuerdo fugaz de aquellos días en que me desnudabas sólo con la mirada, sin atreverte a traspasar la frontera de mi espalda nada más que con tus ojos negros. Y cómo yo, con mirada de colegiala traviesa dirigía tus dedos hacia los botones de mi camisa primero y después hasta la hebilla de mi cinturón.

"Líame a la pata de la cama, no te quedes con las ganas de saber cuanto amor nos cabe de una sola vez.”
Y cómo aquella tarde en que la casa se quedó para nosotros solos te llevé de la mano hasta mi habitación y después de retirar con un solo movimiento los peluches que cubrían la cama hice de guía para que tus manos descubrieran el tacto de mi piel, el mapa de mi cuerpo. Y tú, explorador osado caminaste por el valle de mi cuello, por los montes de mis pechos, vadeaste los pocos obstáculos que se interpusieron a tu paso hasta derramarte en mí cual río en la mar.

"Lías cigarrillos de cariño y sin papel para que los fume dentro de tu piel."
Quiero ser el mayor de tus vicios, la nicotina que tu piel ansíe cada mañana al despertar y cada noche antes de dormir. Ser el humo que se adapte a los contornos de tu cuerpo, que lo recorra hasta sus más profundos secretos, hasta la menor de sus imperfecciones. Y a la vez deseo que seas mi adicción más profunda, mi droga sin remedio.

"Lías la cruceta de esta pobre marioneta."
Sabes que puedes convertirme en una simple marioneta, mover cada uno de mis músculos con la simple caricia de tu voz; erizar el vello de mi cuerpo con el sólo roce de tus uñas; conseguir que me mueva al ritmo que marca tu cintura.

"Y entre lío y lío, lía con tus brazos un nudo de dos lazos que me atea tu pecho, amor. Lía con tus besos la parte de mis sesos que manda enmi corazón."
Quita el cigarrillo que cuelga de mis dedos, anuda tus brazos alrededor de mi cuerpo, mis piernas con las tuyas y no te líes más. Sólo hazme el amor.

lunes, 21 de diciembre de 2009

La China



Ya habían anunciado que el frío llegaría de repente pero hacía días que esperaba esa tarde de viernes sin trabajo para acercarme a Madrid, “a ver las luces”, ya llevaba años sin ilusionarme con ellas y éste era diferente, nada iba a estropearme el día y mucho menos unos pocos grados bajo cero. Pude notarlo nada más salir de la estación del tren, el frío mordía feroz, según acababan las escaleras mecánicas y asomábamos a la calle, nos subíamos la bufanda, bajábamos el gorro y nos ajustábamos los guantes. También fue entonces cuando la vi por vez primera, estaba muy quieta, su rostro aniñado transmitía dulzura, paz. Me paré un solo instante a mirarla y seguí mi camino. Las luces iluminaban el cielo de la ciudad. Desde el arcoíris multicolor de Chueca que hacía llover alegría a la calle helada, hasta las elegantes bombillas de Preciados o las modernistas, horizontales, folclóricas, etc que llenan todo el centro de Madrid.

Otro de los elementos típicos de mi ciudad en estos días son los árboles navideños, nada que ver con el inmenso pino de mi infancia, ese que adornaba La Puerta del Sol y los anuncios de Coca Cola. Ahora todos son de diseño, compitiendo a ver cual llama más la atención, cual brilla más o tiene más colorido. Allí estaban ese tan raro hecho de cubos en La Gran Vía, el otro más tradicional en La Plaza de España o el remedo de mi añorado abeto de La Puerta del Sol.

Madrid estaba perfecto el pasado viernes, vivo, bullicioso pero aún sin el agobio que imagino llegará en los próximos días. Incluso La Plaza Mayor parecía estar medio vacía a pesar de los típicos tenderetes navideños de belenes y bromas. Este año un carrusel invitaba a los niños a subir justo antes de ir de puesto en puesto para conseguir esas figuritas que cada año se olvidan de volver a su caja de cartón el siete de enero. Por supuesto estando en este lugar no podía faltar el paso por los bares donde degustar los bocatas de calamares, también los de toda la vida. Y para finalizar, antes de volver otra vez al tren que me llevaría de vuelta a casa, una trufa en La Menorquina y unas castañas asadas para el camino. Era una especie de peregrinación por mis lugares de siempre, de algún modo mis señas de identidad. Un viacrucis gozoso.

Allí seguía la mujer, justo debajo del cartel de la tónica Schweppes símbolo de La Gran Vía. Al fijarme más en ella pude ver que era china, bueno oriental. Su rostro seguía transmitiendo serenidad desde el catre en el que parecía dormir. Se tapaba con una manta aparentemente muy fina, con toda seguridad insuficiente para el frío que hacía y que se anunciaba en aumento para el fin de semana. Por un instante se hizo el silencio, se apagaron las luces, fundido en negro. Entré en la estación de metro como una autómata, sin dejar de mirarla ya sin verla. Después me olvidé de ella.

El sábado volví a Madrid, como casi todos los sábados comida familiar en casa de mi madre. El frío era terrible. La china, su cara blanca, inexpresiva, ya sin paz se coló sin permiso entre mis pensamientos, desde entonces no he podido deshacerme de ella.

lunes, 14 de diciembre de 2009

Utopías


Ese final del camino al que nunca llegamos, donde se junta el cielo con la Tierra, pero que nos obliga a seguir caminando.

A unos pocos.

Buscando.

El sueño en el que volcamos nuestras ilusiones a pesar de que todo parece decir que luchamos por un imposible. La fe ciega que nos impulsa a seguir más allá de cualquier límite razonable.

La esperanza.

La dificultad para conseguir ese sueño que tan real nos parece, sólo a nosotros. La apuesta con nosotros mismos, empeñados en ganar. El absurdo convertido en el más sensato de los objetivos. La sinrazón como la mejor de las razones.

La fuerza.

Nosotros.

Cuando los hombres sabios dicen “no” y nuestra voz vibra con un “sí”.

Podemos.

Quizás al final la caída sea memorable. Nos partimos en mil pedazos, el ruido de cristales rotos se expande por todo el universo y lloramos sangre. Nos cubre una mortaja de impotencia, de desesperación, de desaliento.

Pero cuando la lluvia nos lame las heridas y deshace las vendas que nos cubre, cuando el aire helado de la mañana nos da en la cara de lleno, nuestro primer aliento siempre es para volver otra vez a soñar en alcanzar aquella delgada línea que se ve allá a lo lejos justo donde acaba el suelo y empieza el firmamento.

Caminantes.

El premio, la utopía.




miércoles, 9 de diciembre de 2009

Policromático


El tibio sol baña el medio día y en el jardín el verde de la hiedra se funde con el azul de un cielo al que unas nubes juguetonas le dan el toque velazqueño. Los pájaros pían sin dejarse ver, todos excepto un mirlo que se posa descarado en la hierba recién replantada para comerse la semilla. Los árboles mueven sus hojas perezosamente bailando con la brisa. El perro de la esquina ladra moviendo la cola a lo lejos. Todo comienza a renacer.


Me echo en la tumbona con el ordenador sobre las rodillas y dejo que un suave balanceo me meza. Mi cuerpo, leve como una pluma se empapa de los colores de la primavera, de sus sonidos. En mi cabeza se mezclan los olores del romero, la hierbabuena, los bollos recién hechos en el horno cercano. Me pierdo en este bosque de sensaciones que puebla todos mis sentidos. Cierro los ojos y me dejo inundar por la paz que me rodea. Ahora es el zumbido de alguna abeja y el murmullo lejano de una feria lo que ocupa mi mente.


Un vaso de refrescante té me hace compañía, el olor de la menta llega a mi nariz incitándome a alargar una mano y beberlo, es un sabor suave, cálido, que se desliza por la garganta, impregna mi boca y cuyo recuerdo perdurará, reaparecerá trayéndome la sensación de bienestar que ahora respiro.


Abro los ojos lentamente, me incorporo perezosa para dejar unas letras en el ordenador. Las teclas bailan ágiles bajo mis dedos. Las hojas de los árboles interpretan para mí una danza sensual, la enredadera compite con ellas para regalarme un verde aún más brillante. Las nubes van y vienen dibujando figuras de algodón allá en lo alto. La brisa me envuelve como un manto invisible. Sonrío, la paz lo inunda todo. Plenitud.

lunes, 30 de noviembre de 2009

Monocromático


Otro día más amanece la lluvia llorando en los cristales, y el gris es el color que cubre la mañana. Las casas que despiertan, los coches que encienden perezosos sus motores, el perro de la esquina que ni siquiera ladra, hasta los hombres se han convertido en ceniza gris.


Abandono la cama torpemente, mi cuerpo es una gran mole granítica que no obedece a mi cabeza, de hecho ni siquiera sé si tengo cabeza. Apenas puedo empujar las teclas del ordenador, las palabras salen densas, como una espesa niebla que llena la habitación.


El café ha perdido su olor, sólo huele a humedad. Deja el regusto amargo del desencanto en mi garganta, pero éste también desaparece como tragado por la nada. No me quema, ni su recuerdo permanece en mi boca. Sólo el insípido sabor del vacío.


Quiero salir al trabajo pero mi camino se ha borrado, tengo miedo, me encierro, oigo la lluvia aporreando la ventana, persistente, monótona. Orada los cristales sin prisa, abriendo un resquicio por donde inundarlo todo. Lloro. Un viento helado se cuela en la habitación, en mi cuerpo, en mi mente, en mi alma. Me seca las lágrimas. Todo es ceniza. Gris. Nada.

miércoles, 25 de noviembre de 2009

25 Noviembre





Por cada mujer convencida de que no es nada
hay un niño que aún es menos que eso.
Por cada mujer que se acuesta con miedo
hay un niño viviendo en sus pesadillas.
Por cada mujer con la cara golpeada
hay un niño aprendiendo a golpear.
Por cada mujer viviendo en la prisión que es su hogar
hay un niño enjaulado.
Por cada mujer humillada por su pareja
hay un niño tratando de desaparecer.
Por cada mujer violada en su lecho
hay un niño convertido en autista.
Y detrás de cada mujer muerta a manos de su compañero
¿Habrá un niño asesino?


Los psicólogos consideran que los modelos se repiten, perpetuándose el denominado “ciclo de violencia” por el que niñas maltratadas y niños maltratados o testigo del maltrato, acaban convirtiéndose en maltratadores. De esta manera, los modelos familiares y los roles sexuales transmitidos en la educación más primaria del individuo, tienen mucha más influencia que la educación recibida posteriormente.

martes, 24 de noviembre de 2009

Placeres


Placeres cotidianos

Caminar descalza por la hierba sin cortar; jugar a las cuatro esquinas entre los aspersores y reír a carcajadas mientras piensas que cada día estoy más loca; espiar a la lagartija que se arrastra nerviosa por el muro o a la araña que teje su trampa lentamente, y esperar paciente para ver como la avispa cae en ella; cerrar los ojos y oír mezclados los trinos de los pájaros y las voces a lo lejos sin interesarme lo que dicen; dejarme acariciar por el aire cálido de la tarde mientras el mundo se esconde del calor; oler el aroma a bizcocho recién hecho insinuándose desde la cocina; saber que no tengo a nadie a mi alrededor y mi tiempo, al menos brevemente es sólo mío; escuchar el motor de un coche y saber que eres tú; dormirme exhausta entre tus brazos y amanecer acurrucada en ellos; el masaje de sus manos en mi cuello aún sabiendo que algo me va a costar porque es un zalamero; nuestros diálogos de besugos a la hora de la cena y las risas de la sobremesa; el bocata de jamón con tomate después de una semana de régimen.

Placeres extraordinarios

Quedarme dormida sobre la hierba y al abrir los ojos ver sobre mí el cielo azul enmarcado por las altas crestas de los montes; la lluvia golpeando rítmicamente el techo de mi caravana mientras leo ese libro gordo que lleva meses tentándome desde la estantería; el último fin de semana de junio cuando el trabajo se ha acabado de repente; despertarme al amanecer para ver partir a las barcas desde un puerto en algún rincón de La Costa de la Muerte; un atardecer en alta mar; su amplia sonrisa al entregarme el boletín de notas aprobadas y su abrazo ante mi comentario de que la mitad me pertenece; las copas y la charla con amigos arreglando el mundo a altas horas de la madrugada; una cena a solas contigo sin prisa para volver a casa; la bajada del Puerto del Escudo de madrugada, cuando el mundo empieza a despertarse; el agua del mar acariciando mi piel bajo las estrellas; escribir algo que me guste especialmente (éste es un placer realmente extraordinario). Vivir.

jueves, 19 de noviembre de 2009

Ya ha llegado


Ya está aquí. Ha venido despacio, sin darse importancia, ajeno a las voces que reclamaban su presencia, que le echaban de menos. Ha llegado distraído, sin anunciarse, sin las alharacas a las que tan adeptos son otros compañeros. Él no, prefiere colarse sin llamar, sabe que está de paso, que pronto cogerá sus trastos, sus pinceles y su paleta y marchará a otros lares. No se puede decir que la fidelidad sea una de sus cualidades. Sí, es cierto que siempre vuelve, que una y otra vez te hará compañía, pero nunca te regalará un amor duradero, ni siquiera sabrás cuánto tiempo permanecerá contigo. Te dejará disfrutar de su dulzura, de su calidez, de su melancolía y cualquier mañana notarás que se ha marchado tal y como llegó, sin avisar.

Su melancolía tan alabada por poetas, pintores y sufridores del mal de amores. Y él se deja querer. Le gusta escuchar esas loas casi siempre un poco tristes, esos cantares lánguidos que unos y otras le dedican. Nunca ha tenido envidia a esos otros que van derramando alegría, que se pintan de mil colores y de los que se dice que hacen despertar todos los instintos dormidos, o que abrasan los cuerpos y los corazones. No, él prefiere el ritmo lento, el cosquilleo de una caricia como una hoja recién caída deslizándose por tu espalda, el crepitar de una chimenea como única banda sonora de una tarde de amor o el crujir de la alfombra roja que forman las hojas caídas de las hayas.

Hoy ha amanecido el día gris, la lluvia juguetona me ha saludado con su monótono borboteo cuando he salido de trabajar y el cielo encapotado se asoma curioso por mi ventana estirándose hasta el sillón en el que una fina manta me arrebuja e intentando saber sobre quien escribo.
Sí, ya está aquí. Ha venido despacio, se ha sentado frente a mí sin quitarse el gabán y me mira en silencio con su media sonrisa diciendo sin palabras que el crepitar del fuego aún tendrá que esperar porque esta tarde él será mi único amante. Me preparo un té con miel, dejo que Aute me cante a las cuatro y diez desde el Hafa café y me dispongo a dejarme conquistar por él, el esperado, quién sino el otoño que por fin ha llegado.

lunes, 16 de noviembre de 2009

Poema


Hacía tiempo que sus noches habían cobrado un significado distinto. Durante el día sólo era una más entre las mujeres que salían temprano a trabajar, se ocupaban de que todo estuviese listo en casa, hacían en fin de amas de casa perfectas, y así una jornada tras otra.

Cuando todos dormían tenía lugar la transformación, comenzaba su febril actividad. Sus dedos se adueñaban del bolígrafo y escupían versos, estrofas, imágenes plagadas de sentimientos, de sensaciones hasta terminar exhausta. Entonces, tras unos breves instantes en los que sólo oía el silencio se iba a dormir, relajada, feliz.

A la mañana siguiente, cuando leía sus propios textos le parecían escritos por un extraño, no llegaba a hacer suyas esas figuras sin demasiado sentido, aquellas frases oscuras pero llenas de fuerza, de vida, pero otra vez al llegar la noche el ritual comenzaba, como si una energía externa le deslizase el bolígrafo sobre el papel.

Tras una temporada de febril actividad dejó de escribir por completo, no le hacía falta, la paz la embargaba y esas noches en soledad eran innecesarias, sintió que ya no tenía nada que aportar a este mundo.

En el funeral, su marido, sereno, sin un quiebro en la voz leyó uno de sus poemas. Lo guardó en su bolsillo y se sentó. Una silenciosa lágrima le quemaba la mejilla. Ese pedazo de papel encerraba más de ella que lo que él había logrado entrever en su larga vida en común.

sábado, 14 de noviembre de 2009

Vivir al fin



Esa tarde no cogió el ascensor, subió las escaleras hasta el tercer piso lentamente, con la mirada perdida. Mecánicamente se paró delante de la puerta del 3º B y buscó la llave, con movimientos torpes la metió en la cerradura. Una vez dentro dejó caer al suelo el bolso y la gabardina que llevaba en el brazo, se dirigió al cuarto de baño sin saber muy bien para qué. No quería llorar, no quería sentir pena de si misma, pero terminó dejando que las lágrimas empaparan su rostro, que el sollozo quedo del principio se convirtiera en un irreprimible llanto; levantó la tapa del vater y vomitó toda la bilis que había en su estómago hasta quedarse extenuada, resbaló poco a poco hasta quedar sentada en el suelo, doblada sobre si misma y sin querer contener las lágrimas. Estuvo así hasta quedarse seca.

Después dejó que se llenara la bañera y se dio un largo baño, hoy no quería ahorrar más agua, había dejado de importarle la sequía y decidió derrochar, gastó agua a raudales, y aquel gel tan caro que se compró en uno de esos momentos de euforia en que quiso ser la mujer más hermosa del mundo para algún “él” que ya no recordaba. Se embadurnó con esa crema hidratante que sólo usaba en los momentos especiales, tiró todos los potingues baratos que solía permitirse. Después le tocó el turno a su armario, se deshizo de los jerseys de mercadillo y de los vestidos de años anteriores que almacenaba por si se volvían a llevar. Anuló la cita con el dentista y la comida con su hija, sabía que la contaría el último problema que había tenido con su novio, o con su compañera de piso, o con el sueldo que no le llegaba para comprar todos los caprichos que continuamente se daba.

Se dirigió a la oficina y entró en el despacho de su jefe. Por el camino iba pensando en decirle lo despreciable que era, lo que le dolía sentirse explotada por él y lo que le repugnaba tener que aguantar su aliento cerca de ella cada vez que le dictaba una carta o le daba instrucciones sobre cualquier tema. Finalmente decidió que no valía la pena. Simplemente pidió la cuenta y se despidió con un “hasta nunca”. Fue a la mesa de aquel compañero casado con el que se veía a escondidas desde hacía meses y le dio un apasionado beso que él, desconcertado, no rechazó; las normas de la empresa prohibían las relaciones entre trabajadores pero ella acababa de romper su contrato laboral le explicó, así que no tenía que preocuparse, tampoco por su mujer, no creía que “lo suyo” durase demasiado.

Finalmente pidió un taxi que la llevase al aeropuerto y compró un billete de avión, del primer avión que despegase, sólo de ida, no tenía pensado regresar.

El día que el doctor le leyó su sentencia de muerte, comenzó a vivir intensamente.


domingo, 8 de noviembre de 2009

En el número siete





Tengo un piso alquilado en el número siete. Es un apartamento muy pequeño, casi un trastero a no ser por la luz de la luna que se cuela, sigilosa por las ventanas, rasgando la penumbra que me envuelve en las noches eternas de un mes de abril que robé a un calendario e hice mío para siempre. Es poco más que un cuarto donde viven mis libros y mi música; donde se esconden los sueños rotos al chocar con los muros de la realidad que dibujan tantos hombres de traje gris.

En esa solitaria habitación, en las mañanas abro de par en par las dos ventanas y tomo asiento con el portátil sobre las rodillas o tirados los dos sobre la cama. Y me dejo con placer bañar por él, por el rey, cual Eva tomando el sol. Absorbo su calor que me recorre y se desprende por la yema de mis dedos violando el blanco inmaculado que me regala la pantalla. Y pierdo la noción de los días y las noches al ritmo que marca mi vecino del cuartucho de al lado, que dice que es poeta y se inventa canciones y cuenta que quiere *“recuperar de nuevo el nombre de las cosas, llamarle pan al pan, vino llamar al vino y al sobaco sobaco”

Y me refugio de la vida cotidiana sin móvil ni Internet hasta que un gato comienza a maullar cerca de mi ventana diciéndome que es hora de volver a los ruidos que no son más que signos de vida cotidiana, y esperando de nuevo regresar a mi guarida, la del número siete.

Se me olvidó deciros el nombre de la calle. No podía ser otro, Calle Melancolía.


* El entrecomillado pertenece a la canción “Palabras como cuerpos” de Joaquín Sabina, culpable al fin y al cabo de todo el texto.



Ésta es para ti, porque te gusta Sabina, como a mí.

miércoles, 14 de octubre de 2009

Fantasmas


Ellos aún están de vacaciones, su tiempo pasa con la laxitud que sólo a su edad se puede disfrutar. Los pasillos y las aulas siguen vacías de alumnos. Sólo fantasmas pueblan los espacios. Fantasmas que te rodean, te sobrepasan mirándote de reojo, sin apenas ocuparse de ti. Te recuerdan los propósitos no cumplidos de principios de cursos anteriores, cambios no realizados, cuadernos no corregidos, promesas olvidadas. Y mientras tú te planteas uno y mil proyectos para este nuevo curso, ellos se ríen, cuchichean, te señalan con ese dedo imaginario. Saben que otra vez, dentro de unos pocos meses, encontrarás excusas para el incumplimiento de tantas promesas hechas a ti mismo.


Los ves sentados a las mesas, no sabes cómo pero ahí están, son los alumnos por los que no hiciste suficiente, los que no supiste ver, los que no daban guerra y ni notaste que estaban en clase, los que nunca salían voluntarios, los que ni siquiera entendían lo que decías porque no hablaban tu lengua. Este año lo harás, te fijarás en ellos, les ayudarás desde el primer día. Y oyes las carcajadas mudas, ves sus caras escépticas, despectivas, espeluznantes. Y se te pone la carne de gallina cuando te das cuenta que los fantasmas se transforman en sillas invertidas sobre las mesas, invertidas como lo hiciste tú cuando te convenciste de haber hecho todo lo posible y el borrador deja virgen, inmaculada la pizarra de tu conciencia.


En los patios dormitan los fantasmas más ruidosos. Los del juego olvidado, de las canastas hambrientas de mates, las porterías en espera de los goles, esos con los que les preñan los chavales de rodillas rotas y los otros, los que intentamos meter pero ellos, todos inteligentes paran una y otra vez haciéndonos retirar la mirada.


Y me siento en la sala de profesores vacía, en la que se desplazan apenas en un murmullo los fantasmas escondidos en las tazas de café, los que saben de críticas veladas, de cotilleos dichos en voz baja, de dimes y diretes. Salgo recorriendo otra vez los pasillos, miro de frente a los fantasmas, les pido otra oportunidad, una más. Tras la ventana, por el portón de la verja comienza a oírse el bullicio de los primeros alumnos.


Comienza un nuevo curso. Respiro. No me gusta cuando se puede oír el eco del silencio.

jueves, 1 de octubre de 2009

El fantasma


Una noche más entraste en su habitación, la viste tendida en su cama. Ahí desnuda, sin más sábana que su piel resultaba turbadora, deslumbrante. De nuevo te quedaste paralizado por su belleza que incitaba a acariciarla. Ella te mostraba sus muslos, la curva de sus caderas, dejaba entrever uno de sus delicados pechos, pero tú seguías inerte, maravillado ante la mujer que allí dormía, con miedo de tocarla por si el roce de tus dedos mancillaba ese espléndido traje. Una mujer joven que parecía ofrecer su cuerpo sin saber a quién. Te sentaste en el sillón sin dejar de mirarla, como llevabas haciendo noche tras noche casi una eternidad pensando que en ocasiones como ésta valía la pena eso de ser fantasma.


De pronto ella se levantó muy despacio, se dirigió hacia el sillón vacío desde donde tú la observabas absorto a la vez que sorprendido. Parecía tan segura. Se detuvo justo delante de ti y mirando a través de tu cuerpo inexistente extendió sus brazos pidiendo los tuyos. A pesar de tu asombro no pudiste resistirte y tus manos se aproximaron a su cuerpo casi hasta rozarla levemente, como si fueses suave brisa. Ella se acercó más a ti y con una maestría inesperada hizo caer la sábana que te cubría. Te sentiste desnudo, indefenso después de tantos siglos. La mujer te abrazó, te cubrió con el vestido de su piel perfecta que utilizó para dibujar cada línea de tu cuerpo. Así, sin dejar de abrazaros ni un momento deshicisteis la cama. Cuando la luz del alba se colaba por la ventana ella descubrió para quién había sido el ofrecimiento eterno de su cuerpo, y tú te diste cuenta de que la invisibilidad de los fantasmas a veces es sólo una leyenda.