domingo, 10 de abril de 2011

Miedo


Tenía miedo, un miedo que le atenazaba sin tregua. Hacía tiempo que su vida se había convertido en una sucesión de minutos vacios, uno, dos, otro, infinito... Ni siquiera ese trabajo antes reconfortante llenaba ahora sus horas, esas que pasaban lentas, monótonas una tras otra. Cada uno de sus días le acongojaba el mismo pensamiento, y las noches eran una pesadilla continua, un agujero negro que se repetía sin cesar. Las profundas pinceladas violáceas que enmarcaban sus ojos cada vez más hundidos no hacían presagiar nada bueno.

Nadie se lo explicaba. Él sí, él podía sentir el pánico que le producía la idea de encontrársela. Todas las mañanas respiraba, aliviado por un momento cuando tras despertarse recorría cada rincón de su casa y nada había cambiado.
Pero era inevitable, por fin sucedió. Aquel lunes, justo después de un fin de semana en el que no había salido de casa se tropezó con ello en la cocina cuando se iba a preparar el café del desayuno, ni siquiera se había dado cuenta del olor hasta que dio el traspiés. Se preguntó cuánto tiempo llevaría allí tirada. No pudo retirar el pie a tiempo. Era su alma putrefacta que arrastraba con fuerza su tobillo para hacer que su cuerpo se le uniese de nuevo.