domingo, 5 de octubre de 2014

Primer lunes de octubre



Estación de las nieblas y fecundas sazones…
(John Keats)

Mañana será lunes, el primero de octubre y como cada día laborable muy temprano berreará, de nuevo impío mi enemigo perpetuo que intentará sin mucho éxito hacer huir al sueño adherido a mi piel. Un té, una ducha rápida (siempre por este orden) y bajar la escalera de tres saltos mientras me palpo los bolsillos, el bolso, la cartera con el ordenador, los cables, los papeles. Todo está en orden, llaves para cerrar la casa, las otras para abrir los despachos y las clases.

Cruzar la carretera, saludar a tres críos (espabila chaval, que se nos hace tarde), llegar a la gran mole que a estas horas también se despereza, abre la boca ensayando un bostezo que nos abduce a jóvenes y adultos creando un remolino de voces y de risas (profe, ayer perdió el Atleti). Sala de profesores, espejismo de paz donde nos reunimos los durmientes hasta que suena. ¡Maldito timbre que nos deja sordos!

Pasillos, ruido de llaves, puertas que se abren, marabunta que se adentra en las aulas, arrastrar de sillas, ruidos que se van apagando (vaaamos, mochilas fuera de las mesas, libros abiertos y otra vez el Atleti). Los chavales que llenan los pupitres son el presente  cada nuevo curso, pero sus conversaciones nos llegan del pasado, al igual que el tumulto de caras recién despertadas que se apoderan una vez más del lunes, continuo deja-vu. Como la vida.

Pero mañana tiene que ser distinto, primer lunes de octubre y los árboles ya se tiñen de ocres y el otoño será protagonista colgado de las letras de un poema, del canto en la voz de un poeta que escapará del aula, recorrerá pasillos, acallará las voces juveniles unos pocos minutos, el tiempo justo de traspasar la piel sin que ellos se den cuenta. Porque a veces los lunes se convierten en fiesta y los libros se quedan olvidados, los poemas se escapan de las páginas y los versos se cuelgan de una boca entreabierta, de una sonrisa cómplice. Entonces no hay apuntes sino sesenta ojos que te miran, que esperan sin saber bien el qué.


Cuando el poeta calle, el poema aún planeará hasta posarse suavemente en cada adolescente y  la clase, que versaba de acentos y diferencias idiomáticas, será un bullir de comentarios de todo tipo. Los jóvenes artistas tendrán que ponerse a la faena de inventar sus propios versos, de crear su propio otoño para  llenar con ellos las paredes más allá de las aulas. Porque mañana no es un lunes cualquiera.