lunes, 16 de abril de 2012

Fin


Escribió un mensaje, tomó elpaquete con sus pocas pertenencias cerró la puerta sigilosamente y salió de lacasa una mañana muy temprano, nunca le habían gustado las despedidas. Nisiquiera volvió la mirada mientras se perdía por el sendero. Intentó sentir elcorazón roto, destrozado por la soledad que se avecinaba o el vacío quesentiría a partir de ahora al llegar a otra casa y él no estuviera.


Tal vez fuera el cansancio o ladesidia que poco a poco, casi sin notarlo se fue instalando entre ellos y transformóen rutina el antiguo deseo. Quizás los excesos del amor una vez infinito, lapasión desbordada sin medida a lo largo de los años y que acabó apagándosegastada hasta agotarse. No sabía la razón, sólo ocurrió, el pozo estaba seco y ya no paseaban de la mano en losatardeceres mientras se comían a besos en cualquier callejón oscuro en ciudadesreales o inventadas. Ni se perdían en libros compartidos en un sofá al calor dela lumbre. Compraron dos sillones, y cada uno tenía su lugar en el espaciososalón, y las llamas ya no crepitaban.

Sólo el hastío terminó habitandolos espacios comunes, las conversaciones huecas, los mecánicos encuentros en ellecho, perfectos pero fríos. Incluso en esas fotografías hechas en el veranolas sonrisas tan falsas como la felicidad que compartían suplantaban a lasrisas que antes fueron alegría y ahora sólo caricaturas.

Se fue una mañana muy temprano,pensaba que aún dormía. Desde mi despacho, mi mirada la acompañó hasta que su silueta desapareció. Luego cerré la ventana y bajé al salón tanto tiempocompartido. El silencio, el mismo que nos había envuelto los últimos inviernosme acompañó mientras me senté a leer en el cómodo sillón al lado de la chimeneaque ya no calentaba. Escuché como tantas otras veces la música sin oírla, y misojos, sin querer se posaron en aquella fotografía de una pareja abrazada sobreun puente, pero ni siquiera rodó una lágrima.