lunes, 30 de noviembre de 2009

Monocromático


Otro día más amanece la lluvia llorando en los cristales, y el gris es el color que cubre la mañana. Las casas que despiertan, los coches que encienden perezosos sus motores, el perro de la esquina que ni siquiera ladra, hasta los hombres se han convertido en ceniza gris.


Abandono la cama torpemente, mi cuerpo es una gran mole granítica que no obedece a mi cabeza, de hecho ni siquiera sé si tengo cabeza. Apenas puedo empujar las teclas del ordenador, las palabras salen densas, como una espesa niebla que llena la habitación.


El café ha perdido su olor, sólo huele a humedad. Deja el regusto amargo del desencanto en mi garganta, pero éste también desaparece como tragado por la nada. No me quema, ni su recuerdo permanece en mi boca. Sólo el insípido sabor del vacío.


Quiero salir al trabajo pero mi camino se ha borrado, tengo miedo, me encierro, oigo la lluvia aporreando la ventana, persistente, monótona. Orada los cristales sin prisa, abriendo un resquicio por donde inundarlo todo. Lloro. Un viento helado se cuela en la habitación, en mi cuerpo, en mi mente, en mi alma. Me seca las lágrimas. Todo es ceniza. Gris. Nada.

miércoles, 25 de noviembre de 2009

25 Noviembre





Por cada mujer convencida de que no es nada
hay un niño que aún es menos que eso.
Por cada mujer que se acuesta con miedo
hay un niño viviendo en sus pesadillas.
Por cada mujer con la cara golpeada
hay un niño aprendiendo a golpear.
Por cada mujer viviendo en la prisión que es su hogar
hay un niño enjaulado.
Por cada mujer humillada por su pareja
hay un niño tratando de desaparecer.
Por cada mujer violada en su lecho
hay un niño convertido en autista.
Y detrás de cada mujer muerta a manos de su compañero
¿Habrá un niño asesino?


Los psicólogos consideran que los modelos se repiten, perpetuándose el denominado “ciclo de violencia” por el que niñas maltratadas y niños maltratados o testigo del maltrato, acaban convirtiéndose en maltratadores. De esta manera, los modelos familiares y los roles sexuales transmitidos en la educación más primaria del individuo, tienen mucha más influencia que la educación recibida posteriormente.

martes, 24 de noviembre de 2009

Placeres


Placeres cotidianos

Caminar descalza por la hierba sin cortar; jugar a las cuatro esquinas entre los aspersores y reír a carcajadas mientras piensas que cada día estoy más loca; espiar a la lagartija que se arrastra nerviosa por el muro o a la araña que teje su trampa lentamente, y esperar paciente para ver como la avispa cae en ella; cerrar los ojos y oír mezclados los trinos de los pájaros y las voces a lo lejos sin interesarme lo que dicen; dejarme acariciar por el aire cálido de la tarde mientras el mundo se esconde del calor; oler el aroma a bizcocho recién hecho insinuándose desde la cocina; saber que no tengo a nadie a mi alrededor y mi tiempo, al menos brevemente es sólo mío; escuchar el motor de un coche y saber que eres tú; dormirme exhausta entre tus brazos y amanecer acurrucada en ellos; el masaje de sus manos en mi cuello aún sabiendo que algo me va a costar porque es un zalamero; nuestros diálogos de besugos a la hora de la cena y las risas de la sobremesa; el bocata de jamón con tomate después de una semana de régimen.

Placeres extraordinarios

Quedarme dormida sobre la hierba y al abrir los ojos ver sobre mí el cielo azul enmarcado por las altas crestas de los montes; la lluvia golpeando rítmicamente el techo de mi caravana mientras leo ese libro gordo que lleva meses tentándome desde la estantería; el último fin de semana de junio cuando el trabajo se ha acabado de repente; despertarme al amanecer para ver partir a las barcas desde un puerto en algún rincón de La Costa de la Muerte; un atardecer en alta mar; su amplia sonrisa al entregarme el boletín de notas aprobadas y su abrazo ante mi comentario de que la mitad me pertenece; las copas y la charla con amigos arreglando el mundo a altas horas de la madrugada; una cena a solas contigo sin prisa para volver a casa; la bajada del Puerto del Escudo de madrugada, cuando el mundo empieza a despertarse; el agua del mar acariciando mi piel bajo las estrellas; escribir algo que me guste especialmente (éste es un placer realmente extraordinario). Vivir.

jueves, 19 de noviembre de 2009

Ya ha llegado


Ya está aquí. Ha venido despacio, sin darse importancia, ajeno a las voces que reclamaban su presencia, que le echaban de menos. Ha llegado distraído, sin anunciarse, sin las alharacas a las que tan adeptos son otros compañeros. Él no, prefiere colarse sin llamar, sabe que está de paso, que pronto cogerá sus trastos, sus pinceles y su paleta y marchará a otros lares. No se puede decir que la fidelidad sea una de sus cualidades. Sí, es cierto que siempre vuelve, que una y otra vez te hará compañía, pero nunca te regalará un amor duradero, ni siquiera sabrás cuánto tiempo permanecerá contigo. Te dejará disfrutar de su dulzura, de su calidez, de su melancolía y cualquier mañana notarás que se ha marchado tal y como llegó, sin avisar.

Su melancolía tan alabada por poetas, pintores y sufridores del mal de amores. Y él se deja querer. Le gusta escuchar esas loas casi siempre un poco tristes, esos cantares lánguidos que unos y otras le dedican. Nunca ha tenido envidia a esos otros que van derramando alegría, que se pintan de mil colores y de los que se dice que hacen despertar todos los instintos dormidos, o que abrasan los cuerpos y los corazones. No, él prefiere el ritmo lento, el cosquilleo de una caricia como una hoja recién caída deslizándose por tu espalda, el crepitar de una chimenea como única banda sonora de una tarde de amor o el crujir de la alfombra roja que forman las hojas caídas de las hayas.

Hoy ha amanecido el día gris, la lluvia juguetona me ha saludado con su monótono borboteo cuando he salido de trabajar y el cielo encapotado se asoma curioso por mi ventana estirándose hasta el sillón en el que una fina manta me arrebuja e intentando saber sobre quien escribo.
Sí, ya está aquí. Ha venido despacio, se ha sentado frente a mí sin quitarse el gabán y me mira en silencio con su media sonrisa diciendo sin palabras que el crepitar del fuego aún tendrá que esperar porque esta tarde él será mi único amante. Me preparo un té con miel, dejo que Aute me cante a las cuatro y diez desde el Hafa café y me dispongo a dejarme conquistar por él, el esperado, quién sino el otoño que por fin ha llegado.

lunes, 16 de noviembre de 2009

Poema


Hacía tiempo que sus noches habían cobrado un significado distinto. Durante el día sólo era una más entre las mujeres que salían temprano a trabajar, se ocupaban de que todo estuviese listo en casa, hacían en fin de amas de casa perfectas, y así una jornada tras otra.

Cuando todos dormían tenía lugar la transformación, comenzaba su febril actividad. Sus dedos se adueñaban del bolígrafo y escupían versos, estrofas, imágenes plagadas de sentimientos, de sensaciones hasta terminar exhausta. Entonces, tras unos breves instantes en los que sólo oía el silencio se iba a dormir, relajada, feliz.

A la mañana siguiente, cuando leía sus propios textos le parecían escritos por un extraño, no llegaba a hacer suyas esas figuras sin demasiado sentido, aquellas frases oscuras pero llenas de fuerza, de vida, pero otra vez al llegar la noche el ritual comenzaba, como si una energía externa le deslizase el bolígrafo sobre el papel.

Tras una temporada de febril actividad dejó de escribir por completo, no le hacía falta, la paz la embargaba y esas noches en soledad eran innecesarias, sintió que ya no tenía nada que aportar a este mundo.

En el funeral, su marido, sereno, sin un quiebro en la voz leyó uno de sus poemas. Lo guardó en su bolsillo y se sentó. Una silenciosa lágrima le quemaba la mejilla. Ese pedazo de papel encerraba más de ella que lo que él había logrado entrever en su larga vida en común.

sábado, 14 de noviembre de 2009

Vivir al fin



Esa tarde no cogió el ascensor, subió las escaleras hasta el tercer piso lentamente, con la mirada perdida. Mecánicamente se paró delante de la puerta del 3º B y buscó la llave, con movimientos torpes la metió en la cerradura. Una vez dentro dejó caer al suelo el bolso y la gabardina que llevaba en el brazo, se dirigió al cuarto de baño sin saber muy bien para qué. No quería llorar, no quería sentir pena de si misma, pero terminó dejando que las lágrimas empaparan su rostro, que el sollozo quedo del principio se convirtiera en un irreprimible llanto; levantó la tapa del vater y vomitó toda la bilis que había en su estómago hasta quedarse extenuada, resbaló poco a poco hasta quedar sentada en el suelo, doblada sobre si misma y sin querer contener las lágrimas. Estuvo así hasta quedarse seca.

Después dejó que se llenara la bañera y se dio un largo baño, hoy no quería ahorrar más agua, había dejado de importarle la sequía y decidió derrochar, gastó agua a raudales, y aquel gel tan caro que se compró en uno de esos momentos de euforia en que quiso ser la mujer más hermosa del mundo para algún “él” que ya no recordaba. Se embadurnó con esa crema hidratante que sólo usaba en los momentos especiales, tiró todos los potingues baratos que solía permitirse. Después le tocó el turno a su armario, se deshizo de los jerseys de mercadillo y de los vestidos de años anteriores que almacenaba por si se volvían a llevar. Anuló la cita con el dentista y la comida con su hija, sabía que la contaría el último problema que había tenido con su novio, o con su compañera de piso, o con el sueldo que no le llegaba para comprar todos los caprichos que continuamente se daba.

Se dirigió a la oficina y entró en el despacho de su jefe. Por el camino iba pensando en decirle lo despreciable que era, lo que le dolía sentirse explotada por él y lo que le repugnaba tener que aguantar su aliento cerca de ella cada vez que le dictaba una carta o le daba instrucciones sobre cualquier tema. Finalmente decidió que no valía la pena. Simplemente pidió la cuenta y se despidió con un “hasta nunca”. Fue a la mesa de aquel compañero casado con el que se veía a escondidas desde hacía meses y le dio un apasionado beso que él, desconcertado, no rechazó; las normas de la empresa prohibían las relaciones entre trabajadores pero ella acababa de romper su contrato laboral le explicó, así que no tenía que preocuparse, tampoco por su mujer, no creía que “lo suyo” durase demasiado.

Finalmente pidió un taxi que la llevase al aeropuerto y compró un billete de avión, del primer avión que despegase, sólo de ida, no tenía pensado regresar.

El día que el doctor le leyó su sentencia de muerte, comenzó a vivir intensamente.


domingo, 8 de noviembre de 2009

En el número siete





Tengo un piso alquilado en el número siete. Es un apartamento muy pequeño, casi un trastero a no ser por la luz de la luna que se cuela, sigilosa por las ventanas, rasgando la penumbra que me envuelve en las noches eternas de un mes de abril que robé a un calendario e hice mío para siempre. Es poco más que un cuarto donde viven mis libros y mi música; donde se esconden los sueños rotos al chocar con los muros de la realidad que dibujan tantos hombres de traje gris.

En esa solitaria habitación, en las mañanas abro de par en par las dos ventanas y tomo asiento con el portátil sobre las rodillas o tirados los dos sobre la cama. Y me dejo con placer bañar por él, por el rey, cual Eva tomando el sol. Absorbo su calor que me recorre y se desprende por la yema de mis dedos violando el blanco inmaculado que me regala la pantalla. Y pierdo la noción de los días y las noches al ritmo que marca mi vecino del cuartucho de al lado, que dice que es poeta y se inventa canciones y cuenta que quiere *“recuperar de nuevo el nombre de las cosas, llamarle pan al pan, vino llamar al vino y al sobaco sobaco”

Y me refugio de la vida cotidiana sin móvil ni Internet hasta que un gato comienza a maullar cerca de mi ventana diciéndome que es hora de volver a los ruidos que no son más que signos de vida cotidiana, y esperando de nuevo regresar a mi guarida, la del número siete.

Se me olvidó deciros el nombre de la calle. No podía ser otro, Calle Melancolía.


* El entrecomillado pertenece a la canción “Palabras como cuerpos” de Joaquín Sabina, culpable al fin y al cabo de todo el texto.



Ésta es para ti, porque te gusta Sabina, como a mí.