martes, 19 de enero de 2010

Oración


Pido, ¡oh Señor! que una vez tan solo
vuelva hacia mis ojos su mirada.

Ruego por apartar su faz de mi deseo
me cubro con un velo
la cabeza,
el cuerpo todo
escondo
pero relampaguean mis ojos
que aletean
llamándole a voces
en silencio.

No sé cual es su nombre
pero yo le bautizo,
Sayyid Farid,
entierro estas palabras
en la arena,
que vuelen en el viento,
quizás lleguen a él.

Y sus pupilas negras
me acarician
bebe la miel de mis pezones blancos
con sus labios oscuros.

El sol cae en el patio
el néctar de los dátiles maduros
resbala de mi boca hasta la suya,
el rumor de las fuentes
refresca mis sentidos
a la vez que el aroma del incienso
me adormece.

Lentas melodías africanas
deleitan mis oídos
mientras mi amo me desvela
y acaricia mi cuerpo sutilmente
como aroma de azahar
y suave lino
hasta que el hierro de su espada
hace arder mis entrañas
al clavarse hasta lo más profundo
de mi cuerpo.

El sol ardiente cesa
dando paso a la brisa
que refresca la incipiente noche,
veo la tarde morir en las colinas
y pido ¡oh señor!
que me hagas el amor como en mis sueños
al menos una vez en esta vida.







viernes, 8 de enero de 2010

Miedo


Tenía miedo, un miedo que le atenazaba sin tregua. Hacía tiempo que su vida se había convertido en una sucesión de minutos vacios, uno, dos, otro, infinito... Ni siquiera ese trabajo antes reconfortante llenaba ahora sus horas, esas que pasaban lentas, monótonas una tras otra. Cada uno de sus días le acongojaba el mismo pensamiento, y las noches eran una pesadilla continua, un agujero negro que se repetía sin cesar. Las profundas pinceladas violáceas que enmarcaban sus ojos cada vez más hundidos no hacían presagiar nada bueno.


Nadie se lo explicaba. Él sí, él podía sentir el pánico que le producía la idea de encontrársela. Todas las mañanas respiraba, aliviado por un momento cuando tras despertarse recorría cada rincón de su casa y nada había cambiado.


Pero era inevitable, por fin sucedió. Aquel lunes, justo después de un fin de semana en el que no había salido de casa se tropezó con ello en la cocina cuando se iba a preparar el café del desayuno, ni siquiera se había dado cuenta del olor hasta que dio el traspiés. Se preguntó cuánto tiempo llevaría allí tirada. No pudo retirar el pie a tiempo. Era su alma putrefacta que arrastraba con fuerza su tobillo para hacer que su cuerpo se le uniese de nuevo.

sábado, 2 de enero de 2010

Pesadilla


De nuevo llueve, las gotas golpean con furia los cristales. Esta maldita lluvia me acompaña, me baña y me envenena. Deja la salmuera en mis labios, su sonido rebota en mi cerebro una vez y otra, y otra sin parar.


Llueve. El frío acompaña al agua que cae sin compasión. Me cubre, me traspasa, ahoga mi garganta con sus garras mojadas. Se cuela por mi ropa, por mi alma. Se derrama en mi cuerpo. Maldito frío, me abraza con sus garras metálicas. Me asfixia con su manto. Prensa mis huesos hasta hacerlos añicos.


Otra vez llueve. El agua corre bajo mi cuerpo roto, tirado, malherido. Empapa el pelo y corre por mi cara. Ojos hinchados, labios secos a pesar del río que recorre mi cuerpo. Y de nuevo comienza esa maldita lluvia sonando en los techos de los coches, en los adoquines, dentro de mi cabeza.

Despierto, no sé cuánto he dormido. Me muevo lentamente y me descubro bajo sábanas cálidas. Todo fue un sueño. ¿Todo? ¡Dios, la pesadilla vuelve! Llueve, la luz del contestador dice que hay un mensaje. No, no voy a contestarlo. Quiero que todo acabe. O tal vez realmente deseo ser ese cuerpo arropado por la lluvia en cualquier calle.

viernes, 1 de enero de 2010

Deseos 2010


El poema de esta entrada no es mío, pero yo no expresaría mejor mis deseos para el 2010. Gracias Emilio.


Que las armas, se vuelvan mantequilla
que las balas, se vuelvan polvorones,
que los tanque solo sean de turrones
y las guerras en el cine, por taquilla.


Que el amor rellene los espacios,
que los ricos se vuelvan comprensivos,
que el que manda se piense los motivos
y los pobres no arrasen los palacios.

Que el amigo lo sea para siempre,
que el amante te trate con cariño
y su mano sea suave como armiño.

Que la vida te sonria nuevamente,
aunque vea de tu ropa el desaliño,
y el abrazo te dure eternamente.

Emilio Medina