martes, 28 de septiembre de 2010

Te esperaré


Te esperaré
con la paciencia
que regala la vida,
con el sosiego del sol
en un día de otoño
con la serenidad
del verde en la montaña.

Te esperaré
entre el lento vagar
de las horas perdidas,
en el recodo
más allá de los sueños
en los caminos
que hollas al pasar.

Te esperaré
donde comienzan
cada día las vidas
vírgenes de ilusiones
crisálidas
a punto de volar
a cualquier parte.

Te esperaré
en el silencio del grito
que rompe las gargantas,
en el espejo
de los rostros sin nombres
en los campos
vestidos de amapolas

Allí te esperaré.

miércoles, 22 de septiembre de 2010

Estaciones


Acá el otoño
por allá primavera
sabios caprichos

Hojas pintadas
amarillos con ocres
llega septiembre

Baila la brisa
y danzan en las ramas
las bailarinas

Ríen las hojas
mientras llegan al suelo
mágica alfombra

Tapiz cambiante
acaricia mis pasos
en amarillo.

¿Dónde está el verde?
árboles de mi calle
se han desteñido

Mágico vino
espera adormilado
vides preñadas.

Bosque en otoño
cascada de colores
un estallido.

martes, 21 de septiembre de 2010

Mi barrio


Mi arcón es un piso bajo en un bloque de un barrio “modesto”, término que encierra el que entonces era uno de los peores barrios de Madrid. Guarda la acera que bajaba cada mañana para ir al colegio, bordeando los otros edificios todos iguales, de ladrillo rojo y su pequeño jardín dando la bienvenida. Las tardes de primavera llenas de madres sentadas en sillas plegables, cosiendo en esos jardines mientras los niños corríamos, jugábamos, nos peleábamos. Las historias que inventábamos y en las que nunca era la princesa, ni la dama a la que rescatar sino uno de los rescatadores (un chicazo, qué se le va a hacer). Los veranos muertos de calor también en la calle, esta vez los jardines sólo para nosotros, la chiquillería, los adultos no se atrevían a salir a la calle hasta que el sol no se ocultaba. La calle, siempre la calle como punto de encuentro, ese es mi principal recuerdo de niñez, el que no podrán tener los niños que ahora se crían en mi barrio, ¿o tal vez sí? No me siento apegada a un país, una comunidad y casi ni siquiera una ciudad pero soy una enamorada absoluta de las calles en las que crecí y a las que estoy convencida de que regresaré para quedarme.

Cada dos semanas vuelvo a casa de mi madre, paseo por el barrio, lo disfruto, lo huelo, dejo que penetre en mí, y ¿sabes lo que más me gusta ahora de él? El mosaico de razas, lenguas y colores en que se ha convertido. Sigue siendo un barrio humilde, modesto, aunque sin las lacras que tenía cuando yo era pequeña, y por eso lo habitan un gran número de inmigrantes y son sus niños los que ahora llenan las calles mientras los mayores regentan tiendas de chucherías, cibers o simplemente cuidan de ellos sentados en los bancos o hacen la compra. A veces me quedo mirando a unos y otros, tal vez descaradamente, pero sólo es para volver a impregnarme de esa esencia de barrio que exhalan las casas remozadas, las personas desconocidas y a la vez tan iguales a las de entonces, las tienducas, los bares.

Y ahora que me doy cuenta, en el lugar donde vivo, una ciudad dormitorio fea como ella sola aunque a un tiro de piedra de otras mucho más hermosas, mi barrio también se ha convertido en extremadamente multicultural, y ahora mismo escucho voces de niños en las calles, y apenas hay coches. Tal vez me recuerde a mi barrio y es por eso por lo que también aquí me siento tan a gusto.