lunes, 16 de noviembre de 2009

Poema


Hacía tiempo que sus noches habían cobrado un significado distinto. Durante el día sólo era una más entre las mujeres que salían temprano a trabajar, se ocupaban de que todo estuviese listo en casa, hacían en fin de amas de casa perfectas, y así una jornada tras otra.

Cuando todos dormían tenía lugar la transformación, comenzaba su febril actividad. Sus dedos se adueñaban del bolígrafo y escupían versos, estrofas, imágenes plagadas de sentimientos, de sensaciones hasta terminar exhausta. Entonces, tras unos breves instantes en los que sólo oía el silencio se iba a dormir, relajada, feliz.

A la mañana siguiente, cuando leía sus propios textos le parecían escritos por un extraño, no llegaba a hacer suyas esas figuras sin demasiado sentido, aquellas frases oscuras pero llenas de fuerza, de vida, pero otra vez al llegar la noche el ritual comenzaba, como si una energía externa le deslizase el bolígrafo sobre el papel.

Tras una temporada de febril actividad dejó de escribir por completo, no le hacía falta, la paz la embargaba y esas noches en soledad eran innecesarias, sintió que ya no tenía nada que aportar a este mundo.

En el funeral, su marido, sereno, sin un quiebro en la voz leyó uno de sus poemas. Lo guardó en su bolsillo y se sentó. Una silenciosa lágrima le quemaba la mejilla. Ese pedazo de papel encerraba más de ella que lo que él había logrado entrever en su larga vida en común.

2 comentarios:

Narci M. Ventanas dijo...

Cómo envidio esta prosa tuya, tan limpia, tan rítmica, tan envolvente, que siempre te queda con ganas de leer más, de saber más de los personajes, de conversar con ellos.

Besitos

Magda dijo...

Tanto como yo tu poesía.