martes, 3 de agosto de 2010

Summer time ...


Summer time…
Una trompeta rasga el aire con las notas de la vieja canción. La cantante, embutida en su traje negro que se confunde con la noche, desgrana lentamente la letra envolviendo al público que una vez más llena la plaza.

Sentada en el quicio de uno de los portales dejo que los acordes se introduzcan en mí, que inunden cada uno de mis poros erizándome la piel. Cada vez que oigo esta melodía me arrastra la misma sensación.

Cierro los ojos y dejo que me invada sin ni siquiera pensar en donde estoy, julio, fiestas mayores de una ciudad costera y elegante. Una plaza con grandes soportales de piedra soportando edificios de cristal, tal vez dormidos, oscuros. Los observo sin apenas darme cuenta.

Tras uno de los visillos se enciende una tenue luz. La silueta de una mujer parece dibujarse detrás de la ventana. Se sienta, comienza a cepillarse la melena siguiendo el lánguido ritmo de la música.

Summer time …
Otra figura aparece tras ella. Creo ver como retira el pelo de su cuello que comienza a besar. Ella se deja hacer.

En la gran explanada, muda, sólo se escucha una trompeta rompiendo el calor de la noche. Tras la ventana, dos cuerpos frente a frente. Adivino unos dedos que deslizan los tirantes de un vestido que suavemente resbala por el cuerpo femenino convertido en ofrenda a esas manos que ahora le recorren con suma delicadeza y la sientan en la mesa bajo la ventana.

Ahora sólo puedo ver su espalda arqueándose, su cabello ondulante al echar hacia atrás su cabeza mientras todo su cuerpo recibe las caricias amadas. Imagino una boca que le regala besos desde los dedos de sus pies, comienzo del río de unas piernas por las que él navega para desembocar en el mar de su sexo. Unas manos que dibujan cada curva de su geografía impaciente y hambrienta.

Summer time…

La voz voluptuosa se hace cómplice a la vez que voyeur de la pareja que ahora se devora detrás de la nívea cortina. Ella le aprisiona entre sus piernas en un abrazo que envuelve sus caderas. La trompeta marca el clímax final mientras los amantes cabalgan a lomos del deseo en este tiempo de verano.

La plaza se rompe en un cerrado aplauso que bruscamente me hace volver de mi ensoñación. Miro hacia el escenario. Saluda la cantante de oscuro pelo ondulado embutida en su traje negro noche. Saluda el trompetista, se miran cómplices en la magia de esta melodía.

Vuelvo mis ojos hacia la ventana, ¿cuál era? Ni una luz, ni una señal de la anterior escena. Se diría que esos cristales sólo esconden oficinas dormidas.

Se acerca, me trae la bebida que le había pedido. Le beso, su boca sabe a ron añejo. Me enlazo a su cintura, él juguetón hace que uno de los tirantes de mi vestido se deslice acariciando mi hombro. Nos alejamos caminando despacio hasta perdernos en la negrura de la playa.

A nuestra espalda la banda desgrana una nueva melodía. Se oye una trompeta.

1 comentario:

Ana Hernández Guimerá dijo...

Qué bueno. Cómo consigues bordar los relatos con tu prosa poética de siempre y ese toque original.
Más besos