viernes, 10 de enero de 2014

Viaje



Una vez más partimos hacia ese lugar mágico donde tanto hemos disfrutado. De nuevo toda la familia junta. Miguel Ángel conduce atento a la carretera, Berta a su lado  la vista perdida en el infinito y detrás las niñas conmigo. El coche se desliza por la carretera. María, mi nieta, abre una ventanilla y el olor de los eucaliptos lo impregna todo, sabe cuánto me ha gustado siempre su aroma. A lo lejos el camino parece unirse con el mar.

 Paramos en el alto, en ese aparcamiento del acantilado al que tantas veces nos hemos asomado, primero con mi hija, después observando cómo las nietas cogían olas con sus tablas. Berta y Miguel Ángel también se escondían aquí sus primeros veranos juntos, pensaban que no lo sabíamos, los jóvenes son ingenuos.

 Salimos del coche, el  frío de enero contrasta con el sol brillante. Unos pasos y  el mar se asoma bravo, expectante. Una suave brisa nos acompaña, la serenidad es infinita, sólo se oye el batir de las olas contra las rocas. Miguel Ángel pasa su brazo por los hombros de Berta, ella abre la urna y deja que mis cenizas se esparzan libres mecidas por el viento. Mi mar me acoge con los brazos abiertos. Paz. Eternidad.


2 comentarios:

Indiasena dijo...

Jajaja...Buenisimo y sorprendente...
Sabes que mi encanta todo lo que escribes...¡Lo he disfrutado!

Un abrazo querida Magda.

Narci M. Ventanas dijo...

Maravillosa despedida, que no será tal, pues siempre que vuelvan, las cenizas de la abuela estarán allí, en el aire y en el agua, en las rocas y sus pensamientos.

Besos y feliz 2014