Otro diciembre más, otra vez las luces encendidas, las
guirnaldas colgadas, la Plaza tomada por los puestos repletos de belenes, ramos
de acebo y melancolía. De nuevo el mismo ritual, recorrer las aceras repletas
de gente presa sus pensamientos que camina deprisa. Hombres enfundados en
abrigos de cuellos subidos, jóvenes de miradas bajas, fijas en un móvil o en el
vacío más allá de dios sabe dónde.
Guiada por un aroma harto familiar me fijo en la mujer que, sentada en su puesto, voltea unas
castañas. En los niños que, cogidos de la mano de su madre parecen hombres en
miniatura. No hay carreras, ni risas, ni siquiera perros. Tampoco veo al hombre
que desubicado cuenta su historia a todo el que quiere
escucharle, regalarle un poco de su tiempo, el calor que transmite una mirada.
En silencio recorro aquellas mismas calles perdido en mis
recuerdos. No sé cómo, casi sin darme cuenta levanto la mirada y me topo con
él. Me paro unos instantes, miro por la ventana. Allí nos veo, tomando esa cerveza
imposible y la vez tan palpable. Tal vez
haya sido la música presente, inexistente y deseada. Pero no, el saxo no sonaba,
el pequeño escenario aún estaba vacío, la mesa a la derecha fría, desocupada.
De repente la ciudad se presentó desierta. El incesante ruido
de los coches tal vez había enmudecido, las luces de neón parecían apagadas, y
las sirenas, antaño parte del paisaje ya
no estaban. Tampoco estabas tú, y por tanto yo
allí ya no era nada.
1 comentario:
Quiero volver
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