Estación
de las nieblas y fecundas sazones…
(John
Keats)
Mañana será lunes,
el primero de octubre y como cada día laborable muy temprano berreará, de nuevo
impío mi enemigo perpetuo que intentará sin mucho éxito hacer huir al sueño
adherido a mi piel. Un té, una ducha rápida (siempre por este orden) y bajar la
escalera de tres saltos mientras me palpo los bolsillos, el bolso, la cartera
con el ordenador, los cables, los papeles. Todo está en orden, llaves para
cerrar la casa, las otras para abrir los despachos y las clases.
Cruzar la carretera,
saludar a tres críos (espabila chaval, que se nos hace tarde), llegar a la gran
mole que a estas horas también se despereza, abre la boca ensayando un bostezo
que nos abduce a jóvenes y adultos creando un remolino de voces y de risas
(profe, ayer perdió el Atleti). Sala de profesores, espejismo de paz donde nos
reunimos los durmientes hasta que suena. ¡Maldito timbre que nos deja sordos!
Pasillos, ruido de
llaves, puertas que se abren, marabunta que se adentra en las aulas, arrastrar
de sillas, ruidos que se van apagando (vaaamos, mochilas fuera de las mesas,
libros abiertos y otra vez el Atleti). Los chavales que llenan los pupitres son
el presente cada nuevo curso, pero sus
conversaciones nos llegan del pasado, al igual que el tumulto de caras recién
despertadas que se apoderan una vez más del lunes, continuo deja-vu. Como la
vida.
Pero mañana tiene
que ser distinto, primer lunes de octubre y los árboles ya se tiñen de ocres y
el otoño será protagonista colgado de las letras de un poema, del canto en la
voz de un poeta que escapará del aula, recorrerá pasillos, acallará las voces juveniles unos pocos minutos, el tiempo justo de traspasar la piel sin que ellos se
den cuenta. Porque a veces los lunes se convierten en fiesta y los libros se
quedan olvidados, los poemas se escapan de las páginas y los versos se cuelgan
de una boca entreabierta, de una sonrisa cómplice. Entonces no hay apuntes
sino sesenta ojos que te miran, que esperan sin saber bien el qué.
Cuando el poeta
calle, el poema aún planeará hasta posarse suavemente en cada adolescente y la clase, que versaba de acentos y diferencias
idiomáticas, será un bullir de comentarios de todo tipo. Los jóvenes artistas
tendrán que ponerse a la faena de inventar sus propios versos, de crear su
propio otoño para llenar con ellos las
paredes más allá de las aulas. Porque mañana no es un lunes cualquiera.