Entre los muros de la calle vacía
el amanecer extiende sus ramas,
el sol se despereza contra las fachadas
arrastrando lentamente sus pies de plomo
y la muerte huye despavorida
ante la claridad que se abre paso.
Apenas se levantan las primeras persianas
y el olor a café atrae
los pasos somnolientos
a la vez que acaricia sensualmente
mi frágil esqueleto perezoso
que se arrastra por el helado suelo.
Siento frío este día neonato
en que las venas se me hielan
como hilo tejiendo una mortaja.
Me paraliza el miedo,
atenaza mis manos
y el olor del café se torna hediondo,
corrompido de muerte fugitiva
invitándome al viaje inevitable.
Apresuradamente huyo sin rumbo fijo,
me lanzo entre páginas impresas
buscando un lugar dónde huir,
pero ya es tarde. Abro el periódico
y allí leo en las necrológicas,
un tal San Valentín, -siento un escalofrío-
ha muerto atrapado al quedar sepultado
al final de un poema.
el amanecer extiende sus ramas,
el sol se despereza contra las fachadas
arrastrando lentamente sus pies de plomo
y la muerte huye despavorida
ante la claridad que se abre paso.
Apenas se levantan las primeras persianas
y el olor a café atrae
los pasos somnolientos
a la vez que acaricia sensualmente
mi frágil esqueleto perezoso
que se arrastra por el helado suelo.
Siento frío este día neonato
en que las venas se me hielan
como hilo tejiendo una mortaja.
Me paraliza el miedo,
atenaza mis manos
y el olor del café se torna hediondo,
corrompido de muerte fugitiva
invitándome al viaje inevitable.
Apresuradamente huyo sin rumbo fijo,
me lanzo entre páginas impresas
buscando un lugar dónde huir,
pero ya es tarde. Abro el periódico
y allí leo en las necrológicas,
un tal San Valentín, -siento un escalofrío-
ha muerto atrapado al quedar sepultado
al final de un poema.