Se vistió con esmero, se
pasó cuidadosamente los dedos por el
pelo oscuro y se sentó en su sillón favorito, hojeando distraídamente una
revista mientras la esperaba.
Ella se le acercó por
detrás, silenciosa. Sus dedos pasearon despacio por su espalda, subieron a
enredarse en su cabello ensortijado mientras vertía su aliento en su cuello. Él
se estremeció, parecía que le faltaba el aire, cerró los ojos y la dejó hacer.
Sus ojos no se abrieron.
La paz reflejada en su rostro y una leve sonrisa asombraría la mañana siguiente
a la asistenta que lo encontró en el
mismo sillón. Fundido en negro.