jueves, 17 de febrero de 2011

Presencia / Ausencia


Y te vas …
Y la noche se cubre
del manto que tu presencia deja
sin que la oscuridad sea enemiga
ni el vacío acompañe al silencio
mientras desapareces lentamente
por ese hueco siempre abierto
por el que vas y vienes
a tu antojo.

Y te vas …
Mas tu sonrisa recordada
se hace fuerte
y cogiendo mi mano
me conduce hacia el lecho
hasta que el sueño
se cebe con mis ojos
y te acurruques a mi lado
tu presencia
tu ausencia.

Y te vas…
mas no siento tu marcha
porque lo llenas todo
acá o allá que importa
si sé que volverás
como la noche como la madrugada
¡y te siento tan cerca!
No hay distancia

Porque te vas …
… pero siempre te quedas

(para ti, por si te asomas)

lunes, 14 de febrero de 2011

A quien le interese



Regalo por no poder atender:

- Promesas viejas que se llevó el viento (“te querré mientras viva”, “nunca te dejaré)

- Un recital repleto de palabras huecas (“Decimos y hablamos y prometemos y anunciamos. Emitimos lexemas, amontonamos verbos, confrontamos la verdad con la mentira, la mentira con la suposición, la realidad con lo posible, el pasado con el presente. Analizamos el porvenir por la izquierda, con la derecha. Distorsionamos los contenidos del enemigo, descuartizamos sus afirmaciones. Prometemos un cambio, para mejor, para bien, para nunca más volver a tropezar ni con los mismos errores ni por las mismas causas.” (Aurelio González Ovies))

- Una frase completa sólo con dos palabras (“te quiero”, “mi hijo”, “ya llega” “te espero”)

- Una soledad plena de compañía (tú en mi pensamiento)

- La multitud donde me siento solo (cena de navidad, comida con la empresa, reunión de viejos alumnos)

- El nacimiento de un niño en Liberia.

- El ocaso, eso sí de los dioses.

-Los poemas que escribo algunos días

domingo, 13 de febrero de 2011

San Valentín


“No te hablaré a menos que lo intentes”, le dice pidiéndole un poema de esos que tanto le gustan y a ella tanto le cuestan.

“¿No me hablarás?”, contestó sin dejar de sonreír mientras sus ojos brillaban de ese modo tan especial.

“No, quiero algo tuyo sólo para mí, algo que no le hayas regalado a nadie antes”.

El miércoles siguiente, San Valentín, recibió un pequeño paquete envuelto impecablemente para regalo. Dentro encontró un soneto dedicado a él, la pluma con que estaba escrito, y los dos dedos que la sujetaban.

jueves, 3 de febrero de 2011

Don Sepronio


Don Sepronio vivía en el mismo pueblo desde tiempo inmemorial. Todo el mundo le conocía y casi todos de una forma u otra habían pasado por sus manos. Era un hombre afable a su manera, estaba acostumbrado a mandar y a que nadie dudase de su palabra ni se cuestionase ninguna de sus afirmaciones. Jugaba al dominó en el bar del casino, aunque ganara o perdiese él nunca pagaba ninguna ronda, siempre conseguía que alguien le invitase.

También adoctrinaba a los niños de la escuela. La mayor parte de los chicos del pueblo, generación tras generación había oído las mismas historias, los mismos consejos e idénticas amenazas de la boca de don Sepronio. Tal vez por eso todos estaban acostumbrados a la forma de ser de este personaje, soltaba sus verdades sin derecho a réplica, él siempre tenía la última palabra. Y no digamos nada en su “trabajo”; allí era el único que hablaba, todos los demás se limitaban a escuchar, sin preguntas, callados frente a él.

Don Sepronio se había acostumbrado a su papel, a ser el que cerrase la conversación imponiendo su punto de vista de un modo tajante aunque sin perder nunca la compostura, como él decía “mano de hierro con guante de seda”. Finalmente había convertido esto en una costumbre. Un privilegio muy dudoso éste de pronunciar las últimas palabras, porque ser el último conlleva acallar cualquier réplica y tal actitud no suele estar acompañado por un acto de inteligencia sino de soberbia. No importaba lo necia que pudiera ser su opinión, su posición le permitía que nadie le contestase.

No pensemos que don Sepronio era un ejemplar único en su especie. Este vicio está muy extendido entre políticos mercachifles, periodistas de tres al cuarto, escritores que se creen en posesión de la razón por escribir una columna en un periódico popular o por cosechar éxitos de venta, profesores que tienen el “público” garantizado y como no sometido, y por supuesto entre los curas. Todos estos personajes utilizan su poder, su audiencia para exponer, imponer sus ideas a la vez que tratan de humillar a quienes no comulgan con ellas. Ah, se me había olvidado decirles que don Sepronio era el cura del pueblo, imagino que ya lo habrían adivinado.

Pasó que los tiempos fueron cambiando. Los jugadores de dominó cada vez eran más viejos, los niños más indomables, la iglesia se iba quedando más vacía e incluso los que iban le oían sin escuchar. A las pobres beatas de toda la vida, las únicas que le hubieran prestado atención la edad las iba volviendo sordas y la gente del pueblo ya no se paraba a charlar con el párroco, o si lo hacían era en medio de compromisos ineludibles que les hacían salir corriendo casi dejándole con la palabra en la boca. Don Sepronio se dio cuenta de que hablaba solo, ni siquiera su monaguillo le prestaba la más mínima atención.

Se tomó la situación como había hecho siempre, de un modo tajante y sin perder la compostura. Aquel domingo la campana llamó a misa de un modo extraño y a deshora. Un solo toque, seco. Los vecinos más cercanos se acercaron a la parroquia con curiosidad. Don Sepronio, arreglado para celebrar la eucaristía colgaba cual badajo en el campanario. Estaría bonito, ni Dios iba a conseguir que él no dijese la última palabra.