miércoles, 14 de octubre de 2009

Fantasmas


Ellos aún están de vacaciones, su tiempo pasa con la laxitud que sólo a su edad se puede disfrutar. Los pasillos y las aulas siguen vacías de alumnos. Sólo fantasmas pueblan los espacios. Fantasmas que te rodean, te sobrepasan mirándote de reojo, sin apenas ocuparse de ti. Te recuerdan los propósitos no cumplidos de principios de cursos anteriores, cambios no realizados, cuadernos no corregidos, promesas olvidadas. Y mientras tú te planteas uno y mil proyectos para este nuevo curso, ellos se ríen, cuchichean, te señalan con ese dedo imaginario. Saben que otra vez, dentro de unos pocos meses, encontrarás excusas para el incumplimiento de tantas promesas hechas a ti mismo.


Los ves sentados a las mesas, no sabes cómo pero ahí están, son los alumnos por los que no hiciste suficiente, los que no supiste ver, los que no daban guerra y ni notaste que estaban en clase, los que nunca salían voluntarios, los que ni siquiera entendían lo que decías porque no hablaban tu lengua. Este año lo harás, te fijarás en ellos, les ayudarás desde el primer día. Y oyes las carcajadas mudas, ves sus caras escépticas, despectivas, espeluznantes. Y se te pone la carne de gallina cuando te das cuenta que los fantasmas se transforman en sillas invertidas sobre las mesas, invertidas como lo hiciste tú cuando te convenciste de haber hecho todo lo posible y el borrador deja virgen, inmaculada la pizarra de tu conciencia.


En los patios dormitan los fantasmas más ruidosos. Los del juego olvidado, de las canastas hambrientas de mates, las porterías en espera de los goles, esos con los que les preñan los chavales de rodillas rotas y los otros, los que intentamos meter pero ellos, todos inteligentes paran una y otra vez haciéndonos retirar la mirada.


Y me siento en la sala de profesores vacía, en la que se desplazan apenas en un murmullo los fantasmas escondidos en las tazas de café, los que saben de críticas veladas, de cotilleos dichos en voz baja, de dimes y diretes. Salgo recorriendo otra vez los pasillos, miro de frente a los fantasmas, les pido otra oportunidad, una más. Tras la ventana, por el portón de la verja comienza a oírse el bullicio de los primeros alumnos.


Comienza un nuevo curso. Respiro. No me gusta cuando se puede oír el eco del silencio.

jueves, 1 de octubre de 2009

El fantasma


Una noche más entraste en su habitación, la viste tendida en su cama. Ahí desnuda, sin más sábana que su piel resultaba turbadora, deslumbrante. De nuevo te quedaste paralizado por su belleza que incitaba a acariciarla. Ella te mostraba sus muslos, la curva de sus caderas, dejaba entrever uno de sus delicados pechos, pero tú seguías inerte, maravillado ante la mujer que allí dormía, con miedo de tocarla por si el roce de tus dedos mancillaba ese espléndido traje. Una mujer joven que parecía ofrecer su cuerpo sin saber a quién. Te sentaste en el sillón sin dejar de mirarla, como llevabas haciendo noche tras noche casi una eternidad pensando que en ocasiones como ésta valía la pena eso de ser fantasma.


De pronto ella se levantó muy despacio, se dirigió hacia el sillón vacío desde donde tú la observabas absorto a la vez que sorprendido. Parecía tan segura. Se detuvo justo delante de ti y mirando a través de tu cuerpo inexistente extendió sus brazos pidiendo los tuyos. A pesar de tu asombro no pudiste resistirte y tus manos se aproximaron a su cuerpo casi hasta rozarla levemente, como si fueses suave brisa. Ella se acercó más a ti y con una maestría inesperada hizo caer la sábana que te cubría. Te sentiste desnudo, indefenso después de tantos siglos. La mujer te abrazó, te cubrió con el vestido de su piel perfecta que utilizó para dibujar cada línea de tu cuerpo. Así, sin dejar de abrazaros ni un momento deshicisteis la cama. Cuando la luz del alba se colaba por la ventana ella descubrió para quién había sido el ofrecimiento eterno de su cuerpo, y tú te diste cuenta de que la invisibilidad de los fantasmas a veces es sólo una leyenda.